sábado, 30 de noviembre de 2013

John Doe acecha l Entrada 53

Un segmento de la escoba se recortó contra el muro y, de alguna manera, el barrendero sintió que la vida se había perdido para siempre. No podía escribir en sus ratos libres como un loco; le dolía más ésto que ser lo que era: humano. Lo observé un rato más, paralizado como una estatua cerca de la esquina donde se movían las putas del arrabal estaba yo.

Embebido el tipo, con la mirada perdida en algún barco pirata lejano soñado, llorando el olor en derredor, asustado al mismo tiempo por saberse inmortal sin alas en un mundo que ensuciaba todo a cada paso. Mascaba algo que imaginé podrido. Fascinado, esperé.

Robé un cigarrillo a alguien que pasó y quise seguir allí, sólo mirándolo como quien observa a un mono metido tras un cristal. Lo único que quería era escuchar el sonido, así que cerré los ojos intentando interpretar la gracia de todo aquello; y sabía, en realidad, que no la tenía. Tampoco yo tenía derecho a sonsacarle con esta agudeza de la que me ha revestido tanto silencio; a extraer, quiero decir, la magia de un ser tan normal en un mundo gravemente afectado.

Al rato, la calle se quedó muda y me dirigí hacia la sombra que seguía arrastrando los últimos envoltorios de una ciudad muerta.

Se dio la vuelta cuando me oyó llegar. Lo apuñalé. Justo en el momento en que se hundió el cuchillo, sus ojos de diferente color me dieron las gracias.

De nada...

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