Del silencio brotan notas de una melodía olvidada; susurros de un pasado que ya no existe; ecos de risas que, en la niebla, se desvanecen; y el roce de una sombra, que a lo lejos, danza.
Un destello de lucidez en el océano del caos; una chispa de lo desconocido, lo inexplicable; un instante suspendido entre lo efímero y lo eterno; una pausa en la sinfonía de la vida y la muerte.
El alma se sumerge en un abismo de anhelos entrelazados en el enigma de este momento raro, donde lo tangible se desvanece en el vacío y lo invisible resplandece con intensidad deslumbrante.
Un momento raro, efímero y sublime, que, como un cometa en su viaje celestial, irrumpe en la quietud del universo dejando tras de sí una estela de asombro y misterio.
Y en ese instante, cuando lo cotidiano se transforma, donde lo improbable se funde con lo posible, allí, en la cima del éxtasis y la desesperación, un momento raro se convierte en inmortalidad.
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