viernes, 22 de noviembre de 2013

John Doe ve al prisionero l Entrada 49

Se rompió durante la vuelta y toda aquella agua milagrosa quedó esparcida cerca de la puerta: siempre ocurría. Entró. Respirando pesadamente después de haber visitado a la muerte en las afueras del bosque, sabía a qué atenerse. El sueño siguió revelando pistas a través de ojos invisibles que espiaban cerca de la vela que parecía mirarlo con desdén. Se sentó tan largo como era en aquella silla maltrecha, testigo mudo de momentos increíbles que no podía descifrar. El monte gimió dolorido debido a la helada que los dioses vestían en la madrugada penitente. Sabía que estaba atrapado hacía milenios dentro de algo que no comprendía. Se levantó y saltó una vez, susurrando al innombrable; supo al segundo que pronto estarían ante su ventana las incansables pesadillas de sonrisa torva que, cada noche, lo perseguían por los caminos del cansancio onírico. Nada había allí que saciara el hambre, nada la sed. No había sudor, no vaho delante suyo. ¿Dónde estaba? ¿Quién sanaría sus heridas en ese otro mundo que intuía? ¿Cuándo dejaría de correr? Se dio la vuelta, acercándose al cristal empañado, y esperó pacientemente que todo volviera a empezar. La próxima vez se acordaría de despertar.

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